Llegué el día de Navidad a la casa de Carmen, una niña de once años. Me encontraba en mi mejor momento, estaba radiante.
Me tenían que regar una vez a la semana, escuché decir cuando la niña preguntó al recibirme. Lo tomó al pie de la letra, pero no se dio cuenta que donde me puso había poca luz.
Empecé a ponerme triste y, de a poco, mis hojas empezaron a caer. Necesitaba mucha agua y más luz, pero nadie me oía aunque gritara. ¡Cuánto grité sin ser escuchada!
Todos los días y, a pesar de que trataba de impedirlo con todas mis fuerzas, se me caían varias hojas; por más que les pedía que no se cayeran. La situación empeoraba y nadie se daba cuenta. Me estaba debilitando mucho…
Un día, cuando ya casi no me quedaban hojas, escuché que Joaquín, hermano de Carmen, le advertía:
-Mira, Carmen, se le han caído casi todas las hojas a tu planta, creo que le falta agua y luz. Pero no te preocupes, tiene brotes nuevos. Se salvará. Y acto seguido, me cambió de lugar y me dio un buen baño.
Desde ese día, Carmen me habla y me hace cariño. Se preocupa por mí. Mis brotes ya son hojas verdes y algunas rojas. Tal vez esté un poco pasada de agua, pero lo prefiero. Sentí mucha sed en el otro lugar.
A veces, cuando se acerca a mi lado, la escucho pedirme perdón por su descuido, mientras me hace cariño en cada hojita. Ahora, también me revisa los tallos para ver si tengo nuevos brotes. ¡Y se pone tan contenta al descubrirlos!
Han pasado algunas semanas y me siento muy bien y estoy feliz. Tengo 17 hojas: una grande que no alcanzó a caerse y 16 hojitas nuevas y sé que me crecerán muchas más.
Sólo me gustaría saber una cosa: ¿qué fue de las hojitas que me abandonaron? Sé que a veces las guardan entre las hojas de los libros. Ojalá estén por ahí…
Firma: Una planta que estuvo a punto de desaparecer…
Y colorín colorado…
De la pluma y con el permiso de la autora María Carolina Repetto García.
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